1/7/10

Soledad


No esperaba verte tan pronto, viejo amigo. Estuviste ahí la mayor parte de mi infancia, y aprendí a no tenerte miedo, me acostumbré a tus silencios, no me molestaba que no me contestaras, eras callado e introvertido y eso me unía a ti.
Un buen día, no recuerdo el momento exacto, me di cuenta que ya no estabas aquí, tardé en darme cuenta por eso, porque eran buenos días y tu sabias que no te necesitaría. Alguna vez me encontré contigo y nos cruzamos un qué tal, a ver si nos vemos y cuídate, pero creo que el único sincero lo eras tú.
Muchas veces me echaron en cara que me llevase bien contigo, no comprendían porqué era así, y yo, aunque ya hubiera perdido el contacto contigo seguía defendiéndote y manteniendo un buen recuerdo.
Ahora, tras varios años, hemos vuelto a encontrarnos y con el tiempo suficiente para tomar unas cañas, pero he crecido, ya soy adulto y sé lo que es la amargura, en la vida y en la cerveza.
Dicen que la infancia se pierde en el momento que un niño es consciente de que puede morir, yo lo sé, pero por suerte no la perdí, pero está desusada. Te digo esto porque ahora entiendo porque la gente no me comprendía y te evitaba, ahora, cuando tienes cicatrices, no apetece tu compañía porque entonces sí que preguntas. Y eso me ha pasado a mí, que no me apetece verte. Déjame solo. Era feliz.

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